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lunes, 18 de noviembre de 2013

SOÑAR ES GRATIS... Villa Florida, capítulo II

Capítulo II
Paseando por la playa
Aquel día en la playa tuve la impresión de haber llegado a un lugar en el que el tiempo se había detenido hacía ya muchos años. La arena, fina y blanca, parecía no haber sido pisada nunca. No había huellas de ningún tipo, como si ningún ser humano hubiese puesto antes un pie en aquella playa.
Apenas di unos pasos y me paré en seco. Volví la cabeza y, al ver mis huellas marcadas en la arena, me sentí como cuando, siendo niña, pisaba por donde mi madre acababa de limpiar el suelo y yo dejaba las huellas de mis zapatillas llenas de barro. Casi esperé el grito de mi madre: “No pises ahí. No ves que dejas huellas”. Pero volví a mirar hacia el frente y seguí caminando hasta llegar a la zona donde la arena empieza a estar húmeda. Me senté en la arena, me quité los zapatos y remangué mi pantalón hasta la rodilla y, a pesar de que sentía que la humedad de la arena estaba mojando mi pantalón, permanecí sentada un largo rato, mirando, más bien escudriñando, cada rincón de la playa, como queriendo retener en mi mente el paisaje que se mostraba ante mí.
No sé cuánto tiempo pasé sentada en la arena, pero cuando me puse de pie mi pantalón estaba totalmente mojado, así que decidí caminar un rato por la orilla de la playa aprovechando los tímidos rayos de sol que asomaban de vez en cuando por entre las nubes. Caminé despacio, dejando que el agua mojara mis pies. El mar estaba en calma y las olas que llegaban a la playa rompían tímidamente, ni siquiera tenían fuerza para que se formara espuma. Llegué al extremo de la playa y, al girarme, vi las huellas de mis últimas pisadas, las que el mar aún no había conseguido borrar. Volví sobre mis pasos y seguí caminado hasta llegar al otro extremo de la playa, donde me senté es unos riscos.

Desde allí, la playa parecía distinta, más pequeña. Miré hacia el jardín y tuve la impresión de que, visto desde la playa, la vegetación parecía más exuberante que mirando desde la calle y me di cuenta de que se apreciaban mejor los árboles que poblaban el jardín. Había varias palmeras muy altas, un drago, un pino y otros árboles de los que no sabía el nombre. La casa quedaba casi totalmente oculta tras la vegetación, sólo se veía una pequeña parte del tejado y la chimenea.
Allí, sentada en los riscos de la playa, me sentía bien. El día estaba nublado, pero el sol luchaba por salir y, ve vez en cuando lo conseguía. No hacía frío, el aire de los primeros días de octubre era tibio y reconfortante. Es curioso, recuerdo perfectamente la sensación de bienestar que me mantuvo allí sentada largo rato. Fue como, si por un rato, se me hubiese olvidado que el objeto de mi visita a Villa Florida era revisar el estado de la villa para tomar nota de lo que había que hacer para tomar posesión lo antes posible; pero, si el paseo por el jardín me había gustado, la playa me había encantado y me había atrapado.
Con muy pocas ganas, me levanté dispuesta a encaminarme a la casa. La alfombra de arena blanca se mostraba otra vez impoluta, mis huellas habían desaparecido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Tan pronto había desaparecido la prueba de que había pasado por allí? Recuerdo que pensé que aquello era una metáfora de la vida, que cuando te mueres tu recuerdo poco a poco se borra como las huellas en la arena de la playa. Pero no, no quería ponerme trascendental y estropear las buenas sensaciones que había tenido a lo largo de todo el día; así que intenté expulsar de mi mente esos pensamientos que llegaron de golpe para echar a perder lo que estaba siendo un extraordinario día. El único modo de conseguirlo era buscar un pensamiento positivo que ocupara el lugar del anterior. Y lo conseguí:
HUELLAS
Caminando por la arena
mis huellas hasta la mar
se besaron con las olas:
¡Mis huellas ya no están!

¿Dónde se fueron mis huellas
que no las puedo encontrar?
¿Se las ha llevado el viento?
¿Quizás, la brisa del mar?

Quizás un pirata o corsario
de lejos las vio brillar,
creyéndolas un tesoro,
las ha venido a robar
.
Quizás sólo fue el agua,
que a la playa viene y va,
la que se llevó mis huellas
de la orilla de la mar.

Mirando la blanca espuma,
que a mis pies viene a jugar,
me pregunto si las huellas
en la mar saben nadar.
 
- No te preocupes- me dijo
una gaviota al pasar-
tus huellas no se han perdido,
las ha guardado la mar,
en un cofre de tesoros,
con perlas, espuma y sal.


Nadie se llevó mis huellas,
son un tesoro del mar
guardadas en aquel cofre
de riquezas sin igual:
hay peces de mil colores,
espuma blanca y sal;
burbujas, esponjas, perlas,
conchas y estrellas de mar;
medusas muy elegantes,
verdes algas y coral;
caracolas, calamares
y caballitos de mar;
dorada y fina arena
y miles de cosas más.

Ya mis huellas no busco,
ya no las quiero encontrar,
ahora quiero que sean

un tesoro de la mar.

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