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lunes, 4 de noviembre de 2013

SOÑAR ES GRATIS... Villa Liuva, capítulo 3

Capítulo 3
Visitando Villa Arautapala

El lunes me levanté con las energías recargadas de entusiasmo y mil deseos de seguir visitando a los recientes vecinos de la zona nueva.
Había una Villa en especial que me tenía un poco preocupada, Arautápala, la parcela de Conchi ubicada junto al pequeño lago central de la zona, y rumbo a ella partí a primera hora de la tarde sin avisar previamente de mi intención de visita; necesitaba acercarme hasta allí, ver con mis propios ojos que pasaba, y preguntarle a Conchi el motivo de que no hubiera vuelto a tener noticias suyas después de recibir el corto mensaje que dejó en mi buzón al día siguiente de la fiesta de entrega de Certificados de arrendamiento. Quizá no le había gustado su cabaña, la encontraba pequeña, o simplemente ya no le hacía ilusión mudarse allí.
La carta iba dedicada a todos los vecinos y decía así:

“Querid@s compañer@s y vecinos de la Urbanización "Nuestras Flores", después de la fiesta del viernes no he podido pasar por el jardín. Ahora que tengo la tarde libre estoy organizándome para tomar posesión de mi casita, ¡Cuanta ilusión! Ya tengo todo preparado y a punto de cargar en el coche para ir arreglándola poco a poco.
Mis hijas están igual de ilusionadas y contentas, hasta me han traído nuevas plantas para el jardín, y unos maceteros preciosos para colgar los helechos de a metro que me ha regalado mi madre. Las pondré en el porche, seguro que allí quedará bien.
Espero tenerlo terminado pronto, ya les avisaré para la inauguración, ¡Parece que ya estoy viéndola "Villa Arautapala"!.


Hacía de ello más de un mes que no coincidían en el jardín comunitario, por lo que, aprovechando el buen tiempo de este lunes, a primera hora de la tarde me calcé unas zapatillas cómodas y emprendí a pie el camino que me llevaría hasta allí. El trayecto no era largo y además era bastante llano, por lo que no quise llevar el coche, debía caminar un rato cada día y aquella visita era la excusa perfecta para hacerlo hoy.
Como no sabía lo que me iba a encontrar al llegar allí, en el último momento decidí preparar un sándwich y un pequeño termo con café, además del agua para el camino.
Dos horas después avistaba el arbolado que circundaba el pequeño lago y el sendero empedrado que  llevaba a la cabaña de mi amiga.
Antes de llegar allí, al trasponer un recodo del camino entre los árboles, ya caí en la cuenta que el todo-terreno de ella no estaba aparcado en la explanada junto a la casa, por lo que deduje que no se encontraba allí. Aún así me acerqué a la vivienda pensando que muy bien podía ser que tuviese el coche en el taller…
Las quietas aguas del lago me dieron una plácida bienvenida envuelta en silencio y soledad.
Según me iba aproximando fui confirmando que allí no había nadie, las ventanas permanecían cerradas y las cortinas echadas. Sobre los cristales impolutos el reflejo de los árboles del entorno. En el exterior, ni rastro de presencia alguna, según pude apreciar también.
Me acerqué al porche y vi dos preciosos helechos colgantes en las esquinas del mismo, por lo que deduje que ella sí había estado allí en su
momento. 
Me lo confirmó también el hecho de que en la zona central del porche pendía el rótulo que los gnomos habían elaborado para ella como regalo de bienvenida.
Comprobé que las macetas de la entrada habían sido regadas recientemente, lo que también me indicó que ella se había mudado o al menos pasaba por allí con cierta frecuencia.

De alguna forma intuí que aquellas macetas portaban las plantas regalo de sus hijas para la nueva casa, y pensé que algún día las veríamos formar parte del jardín que ella había dicho que pensaba realizar allí llenando de flores el césped.
Subí los dos peldaños del porche, para ir a sentarme bajo él y degustar la merienda que me había traído  y entonces me fijé en un papel pegado a la puerta que se agitaba al viento, me acerqué curiosa y leí el mensaje que contenía: “Vuelvo pronto”.
Escueto y ambiguo, dado que no me indicaba si había salido a dar una vuelta o se había ido por un tiempo. Decidí esperar un poco mientras pensaba que de no verla hoy tendría que llamarla esta misma noche y enterarme si le pasaba algo.
Las horas de camino me habían abierto el apetito, pero lo más que me pedía el cuerpo en ese momento era un café, y dado que Conchi no estaba para tomarlo juntas abrí resignadamente la mochila y saqué el termo yendo a sentarme en el escalón desde el que podía ver el lago, en el costado izquierdo de la casa.
Minutos más tarde deshacía el camino que me llevaba a casa pisando directamente sobre el césped que circundaba la casa.
El reflejo del agua me despidió con un leve susurro cristalino, y de fondo el susurro del viento de la tarde, algo frío ya, abriéndose paso entre las ramas de los árboles.
Aceleré el paso por miedo a que me cogiera la noche en el camino, desde que habían cambiado la hora las tardes se hacían cortas y su luz era escasa.

Decidí dejar la llamada a Conchi para cuando llegara a casa y me preparé para disfrutar el paseo de regreso y tomar algunas fotografías del entorno, aquí y allá algunas florecillas silvestres que plantaban cara al otoño.
 

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