Capítulo 3
Visitando Villa Arautapala
El lunes me levanté con las energías recargadas de
entusiasmo y mil deseos de seguir visitando a los recientes vecinos de la zona
nueva.
Había una Villa en especial que me tenía un poco preocupada,
Arautápala, la parcela de Conchi ubicada junto al pequeño lago central de la zona, y
rumbo a ella partí a primera hora de la tarde sin avisar previamente de
mi intención de visita; necesitaba acercarme hasta allí, ver con mis propios
ojos que pasaba, y preguntarle a Conchi el motivo de que no hubiera vuelto a
tener noticias suyas después de recibir el corto mensaje que dejó en mi buzón
al día siguiente de la fiesta de entrega de Certificados de arrendamiento.
Quizá no le había gustado su cabaña, la encontraba pequeña, o simplemente ya no
le hacía ilusión mudarse allí.
La carta iba dedicada a todos los vecinos y decía así:
“Querid@s compañer@s y
vecinos de la Urbanización "Nuestras Flores", después de la fiesta
del viernes no he podido pasar por el jardín. Ahora que tengo la tarde libre
estoy organizándome para tomar posesión de mi casita, ¡Cuanta ilusión! Ya tengo
todo preparado y a punto de cargar en el coche para ir arreglándola poco a
poco.
Mis hijas están igual
de ilusionadas y contentas, hasta me han traído nuevas plantas para el jardín,
y unos maceteros preciosos para colgar los helechos de a metro que me ha
regalado mi madre. Las pondré en el porche, seguro que allí quedará bien.
Espero tenerlo
terminado pronto, ya les avisaré para la inauguración, ¡Parece que ya estoy
viéndola "Villa Arautapala"!.
Hacía de ello más de un mes que no coincidían en el jardín
comunitario, por lo que, aprovechando el buen tiempo de este lunes, a primera
hora de la tarde me calcé unas zapatillas cómodas y emprendí a pie el camino
que me llevaría hasta allí. El trayecto no era largo y además era bastante
llano, por lo que no quise llevar el coche, debía caminar un rato cada día y aquella visita era
la excusa perfecta para hacerlo hoy.
Como no sabía lo que me iba a encontrar al llegar allí, en
el último momento decidí preparar un sándwich y un pequeño termo con café, además
del agua para el camino.
Dos horas después avistaba el arbolado que circundaba el
pequeño lago y el sendero empedrado que llevaba
a la cabaña de mi amiga.
Antes de llegar allí, al trasponer un recodo del camino
entre los árboles, ya caí en la cuenta que el todo-terreno de ella no estaba
aparcado en la explanada junto a la casa, por lo que deduje que no se
encontraba allí. Aún así me acerqué a la vivienda pensando que muy bien podía
ser que tuviese el coche en el taller…
Las quietas aguas del lago me dieron una plácida bienvenida envuelta
en silencio y soledad.
Según me iba aproximando fui confirmando que allí no había
nadie, las ventanas permanecían cerradas y las cortinas echadas. Sobre los
cristales impolutos el reflejo de los árboles del entorno. En el exterior, ni
rastro de presencia alguna, según pude apreciar también.
Me acerqué al porche y vi dos preciosos helechos colgantes
en las esquinas del mismo, por lo que deduje que ella sí había estado allí en
su
momento.
Me lo confirmó también el hecho de que en la zona central
del porche pendía el rótulo que los gnomos habían elaborado para ella como
regalo de bienvenida.
Comprobé que las macetas de la entrada habían sido regadas
recientemente, lo que también me indicó que ella se había mudado o al menos
pasaba por allí con cierta frecuencia.
De alguna forma intuí que aquellas macetas portaban las
plantas regalo de sus hijas para la nueva casa, y pensé que algún día las
veríamos formar parte del jardín que ella había dicho que pensaba realizar
allí llenando de flores el césped.
Subí los dos peldaños del porche, para ir a sentarme bajo él
y degustar la merienda que me había traído y entonces me fijé en un papel
pegado a la puerta que se agitaba al viento, me acerqué curiosa y leí el
mensaje que contenía: “Vuelvo pronto”.
Escueto y ambiguo, dado que no me indicaba si había salido a
dar una vuelta o se había ido por un tiempo. Decidí esperar un poco mientras
pensaba que de no verla hoy tendría que llamarla esta misma noche y
enterarme si le pasaba algo.
Las horas de camino me habían abierto el apetito, pero lo
más que me pedía el cuerpo en ese momento era un café, y dado que Conchi no
estaba para tomarlo juntas abrí resignadamente la mochila y saqué el termo
yendo a sentarme en el escalón desde el que podía ver el lago, en el costado
izquierdo de la casa.
Minutos más tarde deshacía el camino que me llevaba a casa
pisando directamente sobre el césped que circundaba la casa.
El reflejo del agua me despidió con un leve susurro
cristalino, y de fondo el susurro del viento de la tarde, algo frío ya,
abriéndose paso entre las ramas de los árboles.
Aceleré el paso por miedo a que me cogiera la noche en el
camino, desde que habían cambiado la hora las tardes se hacían cortas y su luz
era escasa.
Decidí dejar la llamada a Conchi para cuando llegara a casa
y me preparé para disfrutar el paseo de regreso y tomar algunas fotografías del
entorno, aquí y allá algunas florecillas silvestres que plantaban cara al
otoño.
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