Capítulo 2
Visitando Los Relinchones
Parte I
Llevo ya muchos días en la casa y parece como si toda la vida
hubiese vivido aquí.
Tras las primeras jornadas ordenando, limpiando y
organizando la vivienda ha llegado la calma, y con ella el disfrute de mi nuevo
hogar.
Adoro mis atardeceres acodada en la ventana de la
buhardilla, frente al mar y dejando que el aroma de los rosales de esa parte
del jardín me invadan por completo.
Anoche decidí visitar este fin de semana Villa Los
Relinchones. Pensé que a Teresa le haría ilusión recibir visitas en aquella
cabaña aislada que había elegido para vivir esta nueva etapa de su vida ya que,
aunque al parecer tenía vecinos relativamente cerca, justo al otro lado del
pequeño barranco, siempre me preocupaba un poco pensar en lo que dijo cuando se
mudó allí, no le gustaba la soledad y yo debía dedicar más tiempo a estar con ella, en ese lugar que ha le ha dado por llamar el rincón
de la amistad, solo que hasta ahora no he podido hacerlo dedicada por completo a organizar mi casa.
Al levantarme hoy no he tenido muy claro lo que quería
hacer, si ir solo a hacerle una visita rápida y tomarme un café con ella o
alquilarle una habitación y pasar allí todo el fin de semana y ver como se ha
establecido. Creo que lo decidiré sobre la marcha según vea al llegar. De
momento voy a poner algo de ropa y mi neceser en la maleta del coche por si
acaso me quedo. Voy a sacar del horno el queque de limón que he hecho para ella,
seguro que le gustará, es casi tan golosa como yo.
La cabaña de Teresa está en lo alto de la urbanización,
entre árboles frutales, arbustos florecidos y nogales. Subo despacio el sendero
empedrado que lleva hasta allí. Al llegar al portalón de madera me bajo para
abrirlo y compruebo que ya ha quitado la botella y arreglado tanto la puerta
como el muro de piedra que la sostiene. Me alegra comprobarlo, es prueba de que poco a
poco va tomando conciencia de cada detalle de su nuevo hogar.
Según me acerco a la casa me asalta la idea de que tal vez
haya salido y pienso que debí llamarla antes de ir, pero quería darle una
sorpresa; sólo espero no ser yo la sorprendida.
Al avistar la vivienda desecho ese temor, su Citroen azul
está aparcado bajo el nogal.
Hago sonar el claxon un par de veces anunciando mi llegada y
veo como se levanta la cortina de trocitos de madera que aísla el interior de
la casa de los insectos.
Saco la mano por la ventanilla y la agito en alegre saludo
mientras maniobro para aparcar detrás de su coche. Enseguida la veo salir a mi
encuentro con una sonrisa feliz que me llena de ternura, nos abrazamos con
ganas… ¡Hace tantos días que no nos vemos!
-Más de un mes. –Me reprocha cuando se lo comento.
-¡Oye….! Que tú tampoco has ido todavía por mi nueva casa.
-Ya lo sé amiga, sólo bromeaba, las dos hemos estado liadas
poniendo todo a punto.
Me arrastra al interior de la cabaña ofreciéndome ese café
que sabe que estoy deseando. Antes de pasar al interior echo un vistazo al
porche y veo que aún no ha comenzado las obras que necesita para su
culminación. Se lo comento y me dice que tiene que buscar alguien que lo haga,
pero que no conoce a nadie por la zona. Le prometo enterarme y recomendarle a
alguien.
El resto de la casa se ve acogedora, y mientras esperábamos
por el café, sentadas en la pequeña y coqueta cocina, le pregunto si está libre
la habitación del fondo que me había dicho que iba a alquilar.
Su risa salta cantarina perdiéndose por la ventana abierta
para ir a prenderse en las ramas del nogal.
-¿No estarás pensando en alquilarla tú? –Me pregunta
incrédula.
-Pues venía pensando en ello. Si no tienes otro compromiso,
me gustaría pasar el fin de semana perdida por estos montes.
-Nos perderemos juntas amiga, pero ni sueñes con que te
cobre el alquiler…
-¡De eso nada…! –Digo muy convencida- Tú necesitas ese
dinero si vas a meterte con las obras del porche, y a mi no me importa pagar el
coste del fin de semana.
-Puedes pagarlo en mano de obra, precisamente hoy pensaba ir
a recoger la fruta que queda en los frutales antes que se meta frío y se
pierdan, luego haré mermeladas y también puedes ayudarme con eso.
-¡Trato hecho! Me encantará aprender a hacer confituras, y
lo de recoger la fruta me parece genial puesto que pensaba perderme por esos
árboles de los que tanto presumes.
-Entonces no hay más que hablar, te quedas… Voy a servir el
café.
-¡Ay Dios… olvidé algo en el coche! Ahora vuelvo. –Salgo
presta de la casa recordando el queque de limón, y ya de paso regreso con mi
bolso de viaje.
-¡Ahhhh! Veo que venías preparada para quedarte jajaja, ¡así
me gusta! –Vuelve a reír y eso me agrada, me gusta verla feliz.
-Pon ese café, anda…, que se nos enfría; mira lo que te he
traído.
-¡El queque de limón que tanto me gusta! Gracias amiga. –Me
besa impulsiva en la mejilla y corre a abrir el recipiente sirviendo dos buenos
trozos con el café.
Intuyo que este fin de semana va a ser especial y muy
gratificante, y me felicito por haber decidido dejar mi cabaña en la playa para
venir hasta el monte donde vive Teresa.
Parte II
Me despierto sin ganas de abrir siquiera los ojos. Los
sonidos que me llegan desde el exterior no son los habituales y recuerdo que
estoy en el monte, en casa de mi amiga Teresa.
Entreabro un ojo y miro hacia la ventana por donde entra la luz de la mañana. La cortina color salmón revolotea inquieta movida por la brisa matutina.
Me arrebujo de nuevo bajo las mantas sintiendo el canto de los
pájaros que deben estar revoloteando entre los árboles cercanos a la casa. Echo
de menos ese sonido en mi cabaña de la playa, donde solo escucho de tarde en
tarde el sonido de las gaviotas.
Remoloneo un poco en la cama y a mi mente llegan los
recuerdos del día anterior. Nada más tomar el café y dejar mi bolso en la
habitación que ocupo ahora, pequeña pero muy acogedora y con vistas a la explanada, me calcé las zapatillas de deporte y cogí una
rebeca por si el frío del otoño me jugaba una mala pasada, dado que soy tan
propensa últimamente a los catarros. Al salir ya Teresa me esperaba con una
cesta grande en cada mano conteniendo unas tijeras de podar y unos guantes.
El sol de media mañana calentaba bastante y me até la rebeca
en la cintura cogiendo la mía con presteza. Enseguida pusimos rumbo al sendero
que había recorrido minutos antes con mi pequeño coche, y supe que íbamos a
recoger la fruta en los árboles que había visto por el camino.
Cuando volvimos a casa nuestras cestas rebosaban de frutas
variadas.
Al darme la vuelta en la cama, prolongando mi remoloneo
matinal, sentí dolor en la espalda y lo asocié al peso de la cesta de fruta que
cargué ayer hasta la casa.
Después de comer y hacer más de una horade siesta y descanso,
nos metimos en la cocina toda la tarde a preparar las confituras que ahora debían ya
descansar en sus tarros, debidamente etiquetados, en algún estante de la
despensa.
Solo de pensar en ellas se me hace la boca agua y mi
estómago reclama su desayuno, claro que ese estímulo también está llegando
hasta mi nariz desde el exterior, ya que por la entreabierta ventana, cubierta
con una mosquitera,
comienza a llegar el aroma a pan recién horneado que Teresa debe estar haciendo en su maravilloso horno de leña.
Salto de la cama alegremente y me visto a toda prisa
saliendo del dormitorio rumbo al cuarto de baño.
-¿Ya estás despierta gandula? –Teresa asoma la cabeza por la
puerta de la cocina al oirme- Iba a ir a despertarte, que se nos enfría el pan.
-Un pis y una duchita rápida y estoy contigo.
-¡No tardes!
-Descuida. –Entro en el baño en tromba impulsada por el olor
del pan y decido dejar la ducha para más tarde.
La mañana se nos va sin casi darnos cuenta entra charlas y
risas, entre cafés, pan caliente untado de mantequilla y trozos de queque.
Preparamos entre las dos un almuerzo frugal y nos llevamos el café de la
sobremesa al porche a medio construir.
Allí nos pasamos media tarde haciendo planes sobre las obras
a emprender: terminar el porche, acondicionar la explanada con un cobertizo
donde celebrar alguna fiesta junto al horno de leña, preparar el terreno al
otro lado de la casa para plantar alguna cosilla…
Yo le cuento que mi cabaña no necesita de momento hacer grandes reformas, aunque si estoy pensando acondicionar mejor la zona donde celebramos las
fiestas y reuniones, cuando somos muchos, dado que cada vez habremos más vecinos
en la urbanización y me gusta que estemos cómodos.
-Me han dicho que se han ocupado dos cabañas más desde que
entregaste los contratos de arrendamiento. –Me comenta mientras vamos entrando
en la casa.
-Si, -le contesto- Villa La Senderita, la que esta al otro
lado de ese montículo, -digo señalándolo- la ha ocupado un buen amigo llamado
Francisco, lo conozco hace muchos años. Y Villa El Remanso, la de la zona de
medianías la ha arrendado Elicio, a él no lo conozco de antes, pero parece
buena gente y le gusta el folclore, con lo que tenemos la parranda asegurada cuando
hagamos fiestas en común.
-¡Eso me gusta! –Se le iluminan los ojos- ¿Es cierto que
Francisco es bailador como yo?
-Totalmente cierto amiga. Lo enseñé yo a bailar hace tiempo.
-Pues a ver cuando organizas esa fiesta que nos tienes
prometida en tu Villa desde que nos mudamos aquí, -me apremió con una sonrisa-
Ahora que tenemos vecinos con las mismas aficiones que nosotras ya estás
tardando.
-Descuida que la haremos pronto, en cuanto acondicione lo
que te comenté, que por cierto, cuando mire quien te va a hacer la obra de tu
porche le digo también lo mío.
-Lo dicho… Ya estás tardando.
-Pronto amiga, muy pronto. En fin..., voy a recoger mis cosas al cuarto, ya los días se hacen muy
cortos y no me gusta conducir por los senderos, sola y de noche.
-Te lo iba a decir… A mi tampoco...
Me marcho de Los Relinchones prometiendo volver pronto. Ha
sido un fin de semana diferente y placentero y sé que volveré con frecuencia,
aunque tenga que luchar con Teresa para que me cobre la habitación… "Aunque quizá le haga una jugarreta -pienso mientras conduzco- pagando yo de antemano su trabajo al obrero que le haga la obra del porche y así tendré asegurada mi estancia en la cabaña sin tener más problemas con ella y el que no quiera cobrarme... Bueno, algo se me ocurrirá...".
Pienso feliz mientras vuelvo a cerrar el portalón de madera tras de mi y subo de nuevo al coche para recorrer los kilómetros que aún me faltan para llegar a casa.
El sol se aleja presto entre los árboles dejando tras de si un día esplendido y otoñal. A lo lejos se vislumbra el mar, y junto a él me espera Villa Liuva.
Inspirado en el relato de Teresa que puedes leer aquí...
Continuará…
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