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sábado, 2 de noviembre de 2013

SOÑAR ES GRATIS... Villa Liuva, capítulo 2

Capítulo 2

Visitando Los Relinchones

Parte I
Llevo ya muchos días en la casa y parece como si toda la vida hubiese vivido aquí.
Tras las primeras jornadas ordenando, limpiando y organizando la vivienda ha llegado la calma, y con ella el disfrute de mi nuevo hogar.
Adoro mis atardeceres acodada en la ventana de la buhardilla, frente al mar y dejando que el aroma de los rosales de esa parte del jardín me invadan por completo.
Anoche decidí visitar este fin de semana Villa Los Relinchones. Pensé que a Teresa le haría ilusión recibir visitas en aquella cabaña aislada que había elegido para vivir esta nueva etapa de su vida ya que, aunque al parecer tenía vecinos relativamente cerca, justo al otro lado del pequeño barranco, siempre me preocupaba un poco pensar en lo que dijo cuando se mudó allí, no le gustaba la soledad y yo debía dedicar más tiempo a estar con ella, en ese lugar que ha le ha dado por llamar el rincón de la amistad, solo que hasta ahora no he podido hacerlo dedicada por completo a organizar mi casa.
Al levantarme hoy no he tenido muy claro lo que quería hacer, si ir solo a hacerle una visita rápida y tomarme un café con ella o alquilarle una habitación y pasar allí todo el fin de semana y ver como se ha establecido. Creo que lo decidiré sobre la marcha según vea al llegar. De momento voy a poner algo de ropa y mi neceser en la maleta del coche por si acaso me quedo. Voy a sacar del horno el queque de limón que he hecho para ella, seguro que le gustará, es casi tan golosa como yo.
La cabaña de Teresa está en lo alto de la urbanización, entre árboles frutales, arbustos florecidos y nogales. Subo despacio el sendero empedrado que lleva hasta allí. Al llegar al portalón de madera me bajo para abrirlo y compruebo que ya ha quitado la botella y arreglado tanto la puerta como el muro de piedra que la sostiene. Me alegra comprobarlo, es prueba de que poco a poco va tomando conciencia de cada detalle de su nuevo hogar.
Según me acerco a la casa me asalta la idea de que tal vez haya salido y pienso que debí llamarla antes de ir, pero quería darle una sorpresa; sólo espero no ser yo la sorprendida.
Al avistar la vivienda desecho ese temor, su Citroen azul está aparcado bajo el nogal.
Hago sonar el claxon un par de veces anunciando mi llegada y veo como se levanta la cortina de trocitos de madera que aísla el interior de la casa de los insectos.
Saco la mano por la ventanilla y la agito en alegre saludo mientras maniobro para aparcar detrás de su coche. Enseguida la veo salir a mi encuentro con una sonrisa feliz que me llena de ternura, nos abrazamos con ganas… ¡Hace tantos días que no nos vemos!
-Más de un mes. –Me reprocha cuando se lo comento.
-¡Oye….! Que tú tampoco has ido todavía por mi nueva casa.
-Ya lo sé amiga, sólo bromeaba, las dos hemos estado liadas poniendo todo a punto.
Me arrastra al interior de la cabaña ofreciéndome ese café que sabe que estoy deseando. Antes de pasar al interior echo un vistazo al porche y veo que aún no ha comenzado las obras que necesita para su culminación. Se lo comento y me dice que tiene que buscar alguien que lo haga, pero que no conoce a nadie por la zona. Le prometo enterarme y recomendarle a alguien.
El resto de la casa se ve acogedora, y mientras esperábamos por el café, sentadas en la pequeña y coqueta cocina, le pregunto si está libre la habitación del fondo que me había dicho que iba a alquilar.
Su risa salta cantarina perdiéndose por la ventana abierta para ir a prenderse en las ramas del nogal.
-¿No estarás pensando en alquilarla tú? –Me pregunta incrédula.
-Pues venía pensando en ello. Si no tienes otro compromiso, me gustaría pasar el fin de semana perdida por estos montes.
-Nos perderemos juntas amiga, pero ni sueñes con que te cobre el alquiler…
-¡De eso nada…! –Digo muy convencida- Tú necesitas ese dinero si vas a meterte con las obras del porche, y a mi no me importa pagar el coste del fin de semana.
-Puedes pagarlo en mano de obra, precisamente hoy pensaba ir a recoger la fruta que queda en los frutales antes que se meta frío y se pierdan, luego haré mermeladas y también puedes ayudarme con eso.
-¡Trato hecho! Me encantará aprender a hacer confituras, y lo de recoger la fruta me parece genial puesto que pensaba perderme por esos árboles de los que tanto presumes.
-Entonces no hay más que hablar, te quedas… Voy a servir el café.
-¡Ay Dios… olvidé algo en el coche! Ahora vuelvo. –Salgo presta de la casa recordando el queque de limón, y ya de paso regreso con mi bolso de viaje.
-¡Ahhhh! Veo que venías preparada para quedarte jajaja, ¡así me gusta! –Vuelve a reír y eso me agrada, me gusta verla feliz.
-Pon ese café, anda…, que se nos enfría; mira lo que te he traído.
-¡El queque de limón que tanto me gusta! Gracias amiga. –Me besa impulsiva en la mejilla y corre a abrir el recipiente sirviendo dos buenos trozos con el café.
Intuyo que este fin de semana va a ser especial y muy gratificante, y me felicito por haber decidido dejar mi cabaña en la playa para venir hasta el monte donde vive Teresa.

Parte II
Me despierto sin ganas de abrir siquiera los ojos. Los sonidos que me llegan desde el exterior no son los habituales y recuerdo que estoy en el monte, en casa de mi amiga Teresa.
Entreabro un ojo y miro hacia la ventana por donde entra la luz de la mañana. La cortina color salmón revolotea inquieta movida por la brisa matutina.
Me arrebujo de nuevo bajo las mantas sintiendo el canto de los pájaros que deben estar revoloteando entre los árboles cercanos a la casa. Echo de menos ese sonido en mi cabaña de la playa, donde solo escucho de tarde en tarde el sonido de las gaviotas.
Remoloneo un poco en la cama y a mi mente llegan los recuerdos del día anterior. Nada más tomar el café y dejar mi bolso en la habitación que ocupo ahora, pequeña pero muy acogedora y con vistas a la explanada, me calcé las zapatillas de deporte y cogí una rebeca por si el frío del otoño me jugaba una mala pasada, dado que soy tan propensa últimamente a los catarros. Al salir ya Teresa me esperaba con una cesta grande en cada mano conteniendo unas tijeras de podar y unos guantes.
El sol de media mañana calentaba bastante y me até la rebeca en la cintura cogiendo la mía con presteza. Enseguida pusimos rumbo al sendero que había recorrido minutos antes con mi pequeño coche, y supe que íbamos a recoger la fruta en los árboles que había visto por el camino.
Cuando volvimos a casa nuestras cestas rebosaban de frutas variadas.
Al darme la vuelta en la cama, prolongando mi remoloneo matinal, sentí dolor en la espalda y lo asocié al peso de la cesta de fruta que cargué ayer hasta la casa.
Después de comer y hacer más de una horade siesta y descanso, nos metimos en la cocina toda la tarde a preparar las confituras que ahora debían ya descansar en sus tarros, debidamente etiquetados, en algún estante de la despensa.
Solo de pensar en ellas se me hace la boca agua y mi estómago reclama su desayuno, claro que ese estímulo también está llegando hasta mi nariz desde el exterior, ya que por la entreabierta ventana, cubierta con una mosquitera,
comienza a llegar el aroma a pan recién horneado que Teresa debe estar haciendo en su maravilloso horno de leña.
Salto de la cama alegremente y me visto a toda prisa saliendo del dormitorio rumbo al cuarto de baño.
-¿Ya estás despierta gandula? –Teresa asoma la cabeza por la puerta de la cocina al oirme- Iba a ir a despertarte, que se nos enfría el pan.
-Un pis y una duchita rápida y estoy contigo.
-¡No tardes!
-Descuida. –Entro en el baño en tromba impulsada por el olor del pan y decido dejar la ducha para más tarde.
La mañana se nos va sin casi darnos cuenta entra charlas y risas, entre cafés, pan caliente untado de mantequilla y trozos de queque. Preparamos entre las dos un almuerzo frugal y nos llevamos el café de la sobremesa al porche a medio construir.
Allí nos pasamos media tarde haciendo planes sobre las obras a emprender: terminar el porche, acondicionar la explanada con un cobertizo donde celebrar alguna fiesta junto al horno de leña, preparar el terreno al otro lado de la casa para plantar alguna cosilla…
Yo le cuento que mi cabaña no necesita de momento hacer grandes reformas, aunque si estoy pensando acondicionar mejor la zona donde celebramos las fiestas y reuniones, cuando somos muchos, dado que cada vez habremos más vecinos en la urbanización y me gusta que estemos cómodos.
-Me han dicho que se han ocupado dos cabañas más desde que entregaste los contratos de arrendamiento. –Me comenta mientras vamos entrando en la casa.
-Si, -le contesto- Villa La Senderita, la que esta al otro lado de ese montículo, -digo señalándolo- la ha ocupado un buen amigo llamado Francisco, lo conozco hace muchos años. Y Villa El Remanso, la de la zona de medianías la ha arrendado Elicio, a él no lo conozco de antes, pero parece buena gente y le gusta el folclore, con lo que tenemos la parranda asegurada cuando hagamos fiestas en común.
-¡Eso me gusta! –Se le iluminan los ojos- ¿Es cierto que Francisco es bailador como yo?
-Totalmente cierto amiga. Lo enseñé yo a bailar hace tiempo.
-Pues a ver cuando organizas esa fiesta que nos tienes prometida en tu Villa desde que nos mudamos aquí, -me apremió con una sonrisa- Ahora que tenemos vecinos con las mismas aficiones que nosotras ya estás tardando.
-Descuida que la haremos pronto, en cuanto acondicione lo que te comenté, que por cierto, cuando mire quien te va a hacer la obra de tu porche le digo también lo mío.
-Lo dicho… Ya estás tardando.
-Pronto amiga, muy pronto. En fin..., voy a recoger mis cosas al cuarto, ya los días se hacen muy cortos y no me gusta conducir por los senderos, sola y de noche.
-Te lo iba a decir… A mi tampoco...
Me marcho de Los Relinchones prometiendo volver pronto. Ha sido un fin de semana diferente y placentero y sé que volveré con frecuencia, aunque tenga que luchar con Teresa para que me cobre la habitación… "Aunque quizá le haga una jugarreta -pienso mientras conduzco- pagando yo de antemano su trabajo al obrero que le haga la obra del porche y así tendré asegurada mi estancia en la cabaña sin tener más problemas con ella y el que no quiera cobrarme... Bueno, algo se me ocurrirá...".
Pienso feliz mientras vuelvo a cerrar el portalón de madera tras de mi y subo de nuevo al coche para recorrer los kilómetros que aún me faltan para llegar a casa.
El sol se aleja presto entre los árboles dejando tras de si un día esplendido y otoñal. A lo lejos se vislumbra el mar, y junto a él me espera Villa Liuva.

Inspirado en el relato de Teresa que puedes leer aquí...

Continuará…

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