Hacía mucho tiempo que tenía en mente pasar un día completo
visitando el lugar que tantos buenos ratos la habían hecho pasar hacía ya casi
un año recopilando buenos recuerdos y haciendo balance de la situación actual
la Urbanización Nuestras Flores, aquel lugar virtual que un día construyeron
entre varios amigos y amigas, dejando volar sus fantasías al unísono, para
relax y disfrute de las flores, las plantas, los frutales y los buenos momentos
compartidos en torno a una mesa en las parcelas de unos y otros, aquel mundo de
fantasía que entre todos hicieron crecer en su momento.
El día elegido para este nuevo paseo fue un domingo, no
porque fuese un día festivo en que no tuviese ocupaciones, sino porque había
amanecido luminoso y se negaba a pasarlo pegada al ordenador, una vez más,
embarcada en luchas que ni ella misma sabía si llevarían a buen puerto el barco
que había decidido a echar a la mar. Necesitaba respirar aire puro y saltó de
la cama con ilusión.
Aquella mañana del mes de mayo era calurosa, por lo que no
dudó ni un segundo en enfundarse en unas bermudas holgadas y una camiseta que
no le diese calor.
Ante el perchero de la entrada si dudaría un poco más tarde
para elegir el sombrero más adecuado, decidiéndose al final por uno de palma
que la protegiera bien del sol.
El día anterior había comprado varias cajas de bombones, por
lo que se dirigió a la cocina para tomar un café y acomodarlas en la nevera
portátil que evitaría que se le derritieran en el coche a lo largo del día, el
verano parecía haberse anticipado.
No sabía cuantos de esos vecinos seguirían aún disfrutando
sus parcelas pero quería tener un detalle con ellos si aún seguían allí.
La noche anterior había estado dándole vueltas a cual sería
el mejor itinerario y decidió comenzar por la playa para luego irse adentrando
en la Urbanización camino del monte.
Por lo que la primera parada sería en villa Florida y La
fula azul.
Sabía que Abel pasaba poco tiempo en la suya y en cuanto se
acercó al lugar lo pudo comprobar, las malas hierbas que las fuertes lluvias de
aquel invierno había hecho crecer por todos lados, se habían adueñado del
jardín casi por completo, por lo que no intentó siquiera parar allí y cruzó la
calle en dirección a la casa de Mª Candelaria, la cual no es que estuviera en
mejor estado, pero al menos mostraba las ventanas abiertas.
Aparcó frente a la casa haciendo sonar el claxon anunciando
su visita mientras
pensaba que seguramente su amiga había ido aquel domingo a
dar una vuelta a la casa para no abandonarla por completo. La fuente de la
entrada volvía a estar seca y la estatua del niño parecía a punto de llorar,
pensó que no lo había hecho ya simplemente porque no tenía agua ni para esas
lágrimas.
Los helechos que pendían antes esplendorosos de la viga de
la derecha del porche se habían convertido en hilos secos que se balanceaban
con la suave brisa que llegaba allí desde el cercano mar.
Apoyada en el capó del coche siguió mirando alrededor
sintiendo que el corazón se le encogía en el pecho, pero se recompuso y sonrió
procurando que su amiga no notase su desazón al verla aparecer en la esquina de
la casa limpiando sus manos en el delantal.
-Buenos días, ¡qué sorpresa tan agradable! –Mª Candelaria
parecía encantada de verla aunque su nerviosismo era evidente.
-Buenos días amiga, ¡tanto tiempo sin verte!- Se acercó para
abrazarla.
-Es cierto, el trabajo y las obligaciones nos van a matar
compañera. ¿Cómo tú por aquí hoy?
-Decidía darme un respiro y un paseo por nuestro jardín
virtual, hacía mucho que solo pasaba por aquí a ratos.
-A mi me pasa lo mismo, el trabajo me tiene absorbida casi
por completo, pero ahora estoy viniendo alguna vez, quiero volver a hacer
brillar mi parcela, precisamente estaba plantando unos rosales en la parte de
atrás cuando escuché el claxon. ¿Has desayunado?
-Sólo un café antes de salir.
-Entonces vamos dentro, prepararemos algo, yo si comí pero
te acompaño con un café.
-Espera, voy a buscar algo al coche, el postre jajaja.
Ambas rieron y mientras Mª Candelaria abría la puerta de la
casa Luisa cogió una caja de bombones de su maletero.
Sentadas en la mesa de la cocina, mientras degustaban los
bombones y el desayuno, se pusieron al día de las ocupaciones de ambas en los
últimos tiempos. Ella le contó a su amiga sus avatares en los senderos del
folclore y Mª Candelaria le contó las cosas que ocupaban su vida en aquellos
momentos de su vida.
-Ya he visto que tu vecino no pasa por aquí desde hace
tiempo. –Dijo Luisa refiriéndose a Abel- Habrá que irse planteando reorganizar
de nuevo las parcelas y adjudicarlas a nuevos arrendatarios, es una pena que
parcelas como esa, en primera línea de playa, estén tan abandonadas.
-Cierto… Yo no coincido con él hace mucho, y la verdad es
que echo de menos esos guisos de pescado fresco con papitas que nos hacíamos
antes. Al que ya no veo tampoco por aquí nunca es a Luis ni a su gato, su villa
está cerrada hace tiempo también.
-Si, mi vecino más cercano tampoco viene ya, aunque
realmente a quien yo echo de menos es a su gato, me mantenía limpios de ratones
el jardín. Si no tenemos noticias de ninguno de los dos en breve buscaremos
otros vecinos para esos espacios.
-Me daría mucha pena, pero si ellos ya no vienen también me
parece justo.
Al despedirse junto al coche, una hora después, Luisa no
pudo por menos que pedirle que pusiera agua a la fuente, la deprimía verla tan
seca de nuevo.
-No te preocupes ya la han restaurado, tenía unas fisuras, y
hoy mismo pensaba ponerla a funcionar. También toca hoy colgar nuevas plantas
en las vigas del porche, los helechos de mi madre no se dieron bien tan cerca
de la playa. Me ha gustado mucho verte, ven con más frecuencia.
-Te prometo que lo intentaré. Y sigue cuidando ese jardín,
tienes flores preciosas. -Agitó la mano desde el coche poniendo rumbo al
interior de la Urbanización.
A medida que avanzaba el verdor de los campos se hacía más
fuerte, salpicado aquí y allá del colorido de las flores primaverales, este año
predominaba el amarillo en aquella zona. La carretera que serpenteaba entre
árboles y arbustos la fue llevando de parcela en parcela, comprobando con
tristeza que la mayoría de las casas de medianía estaban abandonadas de nuevo.
Pasó frente a las casas de Juani, Tania, Conchi, Encarna, Mirei,
Soraya, Juan José, Amanda y muchos otros sin parar siquiera, no hacia falta
hacerlo para ver que en algunas no habían signos de que hubiesen vivido allí en
mucho tiempo. Los parterres de antaño se habían secado y en lugar de las
cuidadas flores que lucieron en su momento ahora eran pasto de las malas
hierbas. José Lantigua al menos seguía atendiendo a asno por lo que pudo ver al
pasar frente a la cabaña, algunas flores salpicaban aquí y allá el entorno,
sobre todo su enredadera lucía preciosa.
Fue tomando nota de las cabañas que habría que adjudicar de
nuevo a medida que las iba viendo sin habitar.
La parcela de Ana Celia, villa Calcinas, aunque hoy
estuviese cerrada, si presentaba signos de cuidados esporádicos, sus flores
aparecían recién regadas por lo que imaginó que habría pasado por allí el día
antes de su visita dominguera.
Puso rumbo a villa Los Charcos sabiendo que su amiga
Mercedes si había mantenido viva su parcela. Sonrió al recordar que el nombre
inicial de su villa había sido Reyes Flores, pero que luego la había cambiado
en honor a la finca arafera de su madre.
En cuanto dejó la carretera para enfilar el sendero que la
llevaría a la villa el
cuidado se notaba en el entorno. Aquí y allá la
saludaron los árboles frutales a los que su amiga era tan aficionada.
La casa relucía resplandeciente, con su porche recién
barnizado brillando al sol de la mañana que avanzaba con más rapidez de lo que
ella hubiera deseado. Los arbustos florecidos bordeaban el camino a la casa y
el jardín bien cuidado la recibió esplendoroso y multicolor. La primavera
estaba siendo agradecida con los cuidados de su amiga.
La encontró sentada en el porche disfrutando de la sombra y
un buen libro.
-Comadre… ¡Que gusto verte por aquí hoy!- se levantó
enseguida mientras ella aparcaba bajo los árboles.
-Tenía muchas ganas de hacerte una visita, no sabes como me
alegro de encontrarte en casa.
-¿Y dónde mejor se puede pasar un domingo apacible amiga?
-Tienes razón, este lugar es mágico. -Miro alrededor
mientras avanzaba hacia la casa comprobando que lo que había dicho
impulsivamente, al bajar del coche, era cierto.
-¡Di que si! Hoy he preparado la mesa del almuerzo debajo
del parral de atrás, me apetecía comer fuera, te quedarás a acompañarme
¿verdad?
-¡Eso está hecho! Acepto gustosa la invitación, y un buen
vaso de vino de Arafo también me vendría bien, vengo bastante decepcionada de
mi paseo mañanero.
-¿Qué te ha pasado?
-A mi nada, es solo que me deprime ver el abandono en que la
mayoría tenemos nuestras parcelas, ya casi no se planta nada en ellas y está
todo muy deteriorado.
-En eso tienes razón –entraban en la casa- cuando salgo a
caminar por los alrededores no suelo encontrarme con nadie, sólo Ana viene de
vez en cuando y nos tomamos un café.
-Lo he visto, al menos ella planta algo y cuida un poco la
suya. Hoy no estaba allí.
-Vino ayer, hoy comía con los hijos.
-Lo supuse. ¿En qué puedo ayudarte? -entraron en la cocina.
-Solo falta por hacer la ensalada, no te preocupes, vamos a
sentarnos aquí mientras a degustar ese vaso de vino como aperitivo, ¿te apetece
un poco de queso de Arico? –Se dirigió a la nevera.
-¡Fantástico! Yo te he traído unos bombones, y creo que voy
a dejar en tu nevera varias cajas para que las vayas gastando, dudo que pueda
entregarlas hoy, ya no queda casi nadie en esta urbanización.
-Me encantan los bombones, ya lo sabes, les daré buen uso
jajaja. En la zona del monte medio si quedan algunos vecinos. Hace tiempo que
no hacemos fiestas ni nos reunimos, pero veo sus parcelas cuidadas cuando me
doy una vuelta por arriba.
La comida transcurrió plácida bajo el parral del porque
posterior de villa Los Charcos. Por doquier se veía la mano de su amiga,
cuidando cada detalle, renovando los parterres, ampliando las zonas
ajardinadas… En cuanto tomaron el café salieron ambas a pasear por el campo
entre los árboles frutales disfrutando unos momentos felices en contacto
directo con la naturaleza.
A las cuatro Luisa se despidió de su amiga poniendo rumbo al
monte, esa zona le había dicho Mercedes que si estaba habitada aún y quería
sorprender a sus vecinos.
En la maleta del coche llevaba una canasta llena de frutos de
la tierra que agradeció profundamente, nunca sabían igual las frutas y verduras
artesanales que las que ella compraba en el mercado. Además le había dado también una botella de aquel maravilloso vino arafero que sabía que tanto le gustaba.
La tarde resultó más gratificante de lo que esperaba al ver
como las villas de Naty y otras cercanas también habían sido prácticamente
abandonadas, incluso el puesto del guardabosques Juan Martín estaba vacío y no
le extrañó mucho, poco quedaba por cuidar allí ya, claro que no tener alguien
que vigilase el campo y las arboledas era un peligro por lo que se propuso
contratar a otro inmediatamente.
Mejoró notablemente cuando
pudo comprobar que las villas de
Carlos (quien aún no le había puesto nombre y tampoco daba muchas muestras de las mejoras que en principio había prometido hacer.), Carolina, villa Paraíso, y alguna
otra eran atendidas de vez en cuando replantando lo que el invierno había
deteriorado.
Por otra parte en las villas de Marianne y el rincón poético
de Julia, las flores se habían secado y los poemas ya no fluían entre las ramas
de los árboles.
A media tarde aparcaba con suavidad frente a Los
Relinchones, la puerta de la valla seguía en perfecto estado y entró en
dirección a la casa donde tantos fines de semana había pasado con su amiga
Tere. Ésta asomó enseguida la cabeza por la ventana del salón al escuchar las
ruedas del coche sobre la grava y antes de que Luisa hubiera aparcado ya estaba
dando saltos de alegría en el porche.
-¡Por fin te dignas venir a buscar tus plantas! Ya pensaba
que no las querías. –Se abrazaban con cariño.
-¿Cómo pudiste pensar eso? Estoy deseando llevármelas hoy si
te parece bien, he decidido quedarme unos días en la parcela.
-¿En serio? ¿Y estarás sola?
-Si amiga, como siempre, ¿por qué?
-Porque si te parece bien te acompaño y así salgo un poco de
aquí, los días ya están fabulosos y la playa me tienta mucho.
-Pues no se hable más, te vienes conmigo luego, aún me
quedan por visitar varias parcelas del monte esta tarde, así me acompañas y ves
también a los vecinos, dice Mercedes que por esta zona si quedan algunos
viviendo aún.
-Tiene razón, César, Isabel, Francisco, Fco. Javier y Conchi
siguen por aquí a diario.
-Podríamos incluso irlos invitando al paso y reunirnos todos
en el patio de César si está allí. Hace mucho que no tenemos una de nuestras
fiestorras virtuales jajaja.
-Lo llamamos y lo confirmamos si te parece, vamos dentro.
¿Te apetece un café o un té?
-Mejor un te sentadas en esta maravilla de porche que
tienes. Mira, te he traído bombones.
-¡Genial! Merendaremos té con un queque que hice hoy mismo,
este domingo me dio por la repostería jajaja parece como si intuyera tu visita.
También hice rosquetes, luego los llevaremos a esa fiesta, ya sabes lo golosos
que somos todos.
-¿Me lo dices o me lo cuentas? Jajaja
Una hora más tarde, después de haber atendido los animales
que quedarían al cuidado de Felipe, su vecino más cercano, y de colocar las
plantas regalo de Tere en el asiento de atrás, su bolso con los enseres para
esos días de vacaciones y una caja con la repostería, un queso y huevos pasaban
a hacer compañía al canasto de Mercedes en la maleta del coche.
Afortunadamente en las villas que visitaron a continuación: Tara,
Pausar, La Senderita, Tagoror y la cabaña de Conchi Ramos, que seguía sin
nombre, continuaban las plantaciones periódicas, bien cuidadas y espléndidas, y con sus dueños se reunieron al atardecer en el patio de César para disfrutar de unos momentos de vecindad como los que antiguamente proliferaban en toda la urbanización.
Bien entrada la noche pusieron rumbo de regreso a la costa
felices de estar juntas y del fin de semana que les esperaba.
Aunque Luisa no había traído comida a la villa puesto que no
tenía pensado quedarse, y la despensa de la casa estaba prácticamente vacía a
excepción de algunas latas, tenían la maleta llena de la generosidad de sus
amigos, a la cesta de frutas y verduras que le había dado Mercedes en la mañana
se habían unido el queso y los huevos de Teresa y además César las había
“obligado” a llevarse todo lo que había quedado del fiestón que entre todos
habían improvisado en su casa, conocedor de que habían decidido quedarse en la
zona unos días, por lo que el pan, los bizcochones y demás no le faltarían para
los desayunos, también Elicio les había dado medio saco de papas de su huerta y
por lo demás…, improvisarían.
Se tomarían un tiempo de relax, y mientras Luisa recomponía
su villa y atendía sus plantas irían pensando que hacer con las parcelas que
habían quedado vacías. Con todos los vecinos que lo había comentado a lo largo
del día había coincidido en que esas parcelas abandonadas fuesen adjudicadas a
nuevos jardineros/as que quisieran atenderlas.
A lo largo de todos los desplazamientos que hizo en aquella
jornada dando tumbos aquí y allá en su vagar por la urbanización, pudo ver
muchas personas que plantaban de forma espontánea en cualquier recodo del
camino, entre los árboles, aprovechando cualquier espacio que hubiera quedado
libre de hierbas en el campo, o incluso limpiándolos ellos mismos para hacer allí
sus plantaciones, merecían un espacio digno donde seguir disfrutando de aquel
entorno virtual.
Por un momento se alegró de no haber acotado aquel lugar a
las visitas de todo aquel que fuese aficionado a las flores y plantas,
seguramente los paseos de estos por aquel maravilloso jardín era lo que les
había impulsado a seguir volviendo e incluso aportar sus plantaciones casi
diarias llenando de color y vida el lugar.
Antes de llegar a villa Liuva ya habían decidido ambas
darles la oportunidad de tener su propia parcela y que descargaran allí toda su
creatividad y su fantasía.
Imaginó la alegría de personas como aquel jardinero que hacía unos días le había dicho que él sería feliz solo con un rincón donde plantar y se sintió satisfecha de poder ofrecerle su propia parcela.
Aquella noche durmió feliz arrullada por los sonidos de su
parcela que tanto había añorado, el murmullo de las olas en la lejanía, el
susurro del viento entre los árboles, el canto de las aves nocturnas… Cerró los
ojos dejándose llevar por la ensoñación de lo que haría al amanecer en villa
Liuva.
En la habitación de huéspedes Teresa soñaba también esa noche
con las reformas que haría en Los Relinchones. Por delante unos cuantos días de
amistad, sonrisas y jardinería endulzados con los bombones que habían vuelto a
la villa.